Llevo dos años sin decirle nada a nadie desde que descubrí que respiramos entre palabras. Ahora hablo solo.
Una vez el padre Amaro y yo hicimos una apuesta sobre quién podía hablar más a Dios y acabamos eternamente, sagradamente, respondiendo con preguntas a preguntas, y a preguntas con preguntas.
La joven le pregunta siempre a Dios “¿Qué debo hacer?” generalmente éste responde: no comas, o luego, no cojas, o luego, no fumes. También le dice coge o mata. Ella y él han llegado a un acuerdo: ella le pregunta, no le hace caso, pero lo escucha.
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